Si tuviera que pensar como me veo hoy, que no sé adonde me arrastrará la vida....hoy me veo como un frondoso árbol al que se le están viendo las raíces.
Nací porque el viento llevó esa semilla a tierra fértil. Tierra árida y fértil a la vez.
De una débil raíz, salió un tallito bien erguido, que el viento y la sequía fueron haciendo fuerte. El viento materno, cada vez que me hacia mover, me sacudía hasta el límite de quebrarme.
La sequía era la ausencia de padre que, sin embargo, estaba presente en mis pensamientos. Hasta los quince años, todos los 25 de diciembre esperé su llamado de feliz cumpleaños. Jamás sucedió y ya a los dieciséis años, me olvidé de ese molesto asunto.
Para ese entonces, yo era un arbolito con poquitas ramas, que me ayudaban a respirar y a alimentarme. Esas ramas eran mis abuelos y mis tíos maternos.
Mis tíos me dieron el amor por la lectura. En mi niñez solía ser una planta enferma y débil y cada vez que eso sucedía, me regalaban un libro.
Mi abuela, me alentó siempre a ser una buena persona y hacer el bien sin mirar a quien. Yo quería serlo, pero nunca me pregunté para que.
Mi abuelo, me enseñó a interesarme por la pintura, la mitología griega y las obras de Nietzsche.
O sea que las mejores cosas siempre las aprendí de mis ramas y no de mis raíces...
Seguí creciendo, las ramas iniciales fueron muriendo y nacieron nuevas ramas que también murieron y otras que hasta el día de hoy, siguen conmigo. Esas ramas son mis hermanos de sangre y los hermanos elegidos, que son los amigos.
He perdido algunas, pero igual sigo creciendo. Porque eran necesarias para crecer, pero luego al caerse, quedan otras, como otras que nacen y oxigenan la planta, que ya es árbol.
Este árbol dio tres frutos, mis hijos, que son por los cuales, aunque la tierra siga siendo árida, aunque pierda ramas, aunque las visibles raíces están amenazando con secarse para suicidarlo, hacen que este árbol todavía quede en pie.